lunes, 21 de abril de 2014

Te lo diré en silencio.

Creo que lo mejor que tenías eran tus silencios. Y no me refiero a que no tuvieras cosas mejores, porque sí las tenías. Pero el caso es que adoraba tus silencios. Esos momentos en los que te quedabas callada, y yo hacía lo mismo, admirándolos detrás de la línea telefónica. Como si se tratase de una melodía de Beethoven o un cuadro de Van Gogh. Admirarlos callada, despacio, sin prisa. Y no sé cómo, pero hacías arte con ellos. Me encantaba el efecto que hacían en mí. Normalmente en esos momentos me venían ideas aleatorias a la cabeza sobre tenerte en mi regazo, amándonos también en silencio. Solía imaginarte a mi lado, en la cama, observando tu sonrisa mientras pensaba que el mundo era un lugar bonito gracias a ti. Y esperaba imaginándote, reinventándote, hasta que dijeras que molestabas, como siempre solías decir, para que tu bonita voz me hiciera volver a poner los pies en la tierra. Llegué a pensar que tú eras arte, y yo era tu pincel.