Te he dicho adiós tantas veces
y has vuelto tantas otras
sin realmente esperarte
y te he buscado otras, también,
sin realmente encontrarte
que cuando vuelves no sé qué hacer.
Digo que vuelves porque eres tú
quien hace la acción.
Siempre.
No me lo tengas en cuenta
y no es nada nuevo:
tengo miedo.
Sí, sigo teniéndole miedo
a las conversaciones telefónicas:
Sigo recordándote
en noviembre,
en febrero
y en marzo.
Pero no quiero estancarme.
No de nuevo.
Presiento que siempre que vuelves
y me abres la puerta
o la ventana
todo va a dar vueltas.
Porque nada es estable.
Y me aterra.
No voy a decir
que el mundo se me cae a pedazos
porque no es verdad
pero sí que puedo decir,
de alguna manera,
que tengo que volver a construirlo todo.
He llegado a asumir
un futuro sin ti
convenciéndome de que yo no quepo
en el tuyo
porque ya es tarde.
O era.
Llegué a la conclusión
de que ese bucle que se retroalimentaba
no me hacía ningún bien
y te dije adiós
- como tantas muchas veces -
esperando algún día decirte hola.
Porque es así.
En realidad mi corazón siempre
ha estado dispuesto a encontrarte de nuevo.
Pero nunca he estado dispuesto
a buscarte de nuevo
o al menos a hacerlo
y encontrarte.